viernes, 6 de marzo de 2009

Las aventuras de Pato Negro y Caracapucha en Turquía, vol. 1: Génesis

¿Pues no que estamos a día 6 de marzo y la jodida Xina esta sigue aquí? Más de un mes que lleva aquí la tía, y encima se niega a pagarme la mitad del alquiler. Afortunadamente se va hoy a la noche, como dicen los vascos.
Y encima me vino con pretensiones: “quiero viajar” – me dijo. Y yo preparé unos viajes baratitos y culturalmente interesantes a lugares idílicos como Macedonia o Bosnia&Herzegovina… pero no, eso no era suficiente. “Vamos a Turquía, que me gustan mucho los anuncios del metro”. Entre unas cosas y otras me convenció. O yo a ella, no sé, ya no me acuerdo. También me pareció buena idea sacarla de la rutina en la que había caído, que consistía en emborracharse por la noche, dormir entre 14 y 16 horas y volver a emborracharse la siguiente noche. Se había adaptado demasiado bien a la vida erasmus.
Despedimos a papá y mamá, que volvían a Donosti, y ya que estábamos en el centro nos acercamos a la estación de tren y nos compramos un Balkan FlexiPass de 10 días, muy acertadamente, ya que al final de 12 días de viaje, y esto es un spoiler, sólo nos habían sellado 2. Así se las gastan en estos países, muchos revisores no sabían ni lo que era el billete.

Como resumir un viaje tan largo podría ser muy coñazo, voy a redactar una especie de Greatest Moments y vais que chutáis.
El viaje de ida a Estambul fue toda una odisea por tierras griegas. La primera noche la pasamos en un tren de camino a Thessaloniki, poblado por una fauna de lo más particular, como por ejemplo un hijoputa que se tiró toda la noche poniéndonos a toda ostia en su móvil lo que debía ser una especie de reggaeton griego y otro tipo de canciones populares, un subnormal amanerado que gritaba estridentemente para hacer reír a lo que supusimos que era su cuidadora, y unos 25 militares malotes.
Ante tal panorama, lo único que pudimos hacer fue protegernos lo más posible de aquellos ataques acústicos, y también luminosos, ya que no apagaron las luces del tren en toda la noche. Sara usó su abrigo para taparse la cara, y yo mi gorro. En un momento dado, Sara, con esa voz de empanada que tiene recién despierta, me dijo: “con la visera así en la cara pareces un pato…” Y así fue como nacieron Pato Negro y Caracapucha, los superhéroes que han estado campando por Turquía, y sobre los cuales Sara ha dibujado un genial cómic que ya os presentaremos en alguna ocasión.

Llegamos a Thessaloniki, a las 9 de la mañana, donde nos comunicaron que el siguiente tren para Estambul salía a medianoche (en Atenas nos habían dicho que había uno por la mañana, el sistema de trenes griego es de lo más fiable). Nos encontramos sin saber qué hacer, e intentamos barajar otras posibilidades. Preguntamos una vez más (aquí la información la sirven con cuentagotas) y nos dijeron que había un tren que llegaba hasta una localidad llamada Picio (nombre que dio lugar a muchas bromas), y desde allí podíamos llegar a Estambul sin perder todo el día en Thessaloniki. Pues venga, vamos.
Mario: - El Picio-Estambul sale a las 15.30, son las 14.00, tenemos tiempo. ¿Dónde estamos ahora?
Revisor: - Jorroña ke jorroña, efjaristó polí, tesera pita parakaló. Ime apo tin Alexandropolis leoforio.
Sara: - ¿Qué coño ha dicho?
Mario: - Creo que nos tenemos que bajar aquí, en Alexandrópolis.
Revisor: - No train, here stop 1 hour now. No Picio.
Total, que hasta las 15 no salía el tren Alexandrópolis-Picio… Teníamos dos opciones, ya que estaba claro que no íbamos a llegar a las 15.30 para coger el tren: podíamos esperar en Alexandrópolis, un pueblo de mierda, hasta las 00.30 que salía el siguiente tren a Estambul, o intentar seguir avanzando hasta Picio, donde cabía la posibilidad de que hubiese algún tren a Estambul durante la tarde. Total, para estar en Alexandrópolis pasando frío, nos fuimos a Picio en el tren de las 15h.
Cuando llegamos a Picio y nos bajamos del tren con nuestras mochilas, Sara y yo nos quedamos mirando el uno al otro, intentando descifrarnos mutuamente la cara, como diciendo “¿esto qué cojones es?”. Imaginaos un pueblo en el que TODO lo que hay es una cochambrosa estación de tren, una comisaría, 4 casas abandonadas detrás de este complejo, y 2 perros. Eso es todo. Eso era Picio. En una sala de espera en la que parecía no haber estado nadie desde hacía tiempo tuvimos que pasar 4 horas. A eso de las 18h ya era noche cerrada… El ambiente era terrorífico de verdad, éramos carne de película de miedo: sin luz, sin calefacción… Tras la ventanilla se veía encendida una estufa de fuego que alumbraba tenuemente a lo que parecía ser una persona, pero Sara me decía que no, que era una mesa. A Sara le entró miedo de los extraterrestres, y a mí me entró miedo de los perros que había fuera y no me atrevía a salir a mear, así que acabé meando en una maceta que allí había. La última media hora, Sara entró en trance y estuvo repitiendo “Me quiero ir de aquí, quiero que venga ya el tren” en intervalos de 10 segundos aprox. Yo me dediqué a meterle miedo contándole escenas de la peli “Señales” y a robar sellos metiendo la mano por la ventanilla. 2 minutos antes de las 19h, el hombre-mesa del interior de la ventanilla nos anunció que llegaba el tren de vuelta a Alexandrópolis (el tren desde Picio a Estambul no salía hasta las 2 de la mañana y ni nos planteábamos quedarnos allí hasta entonces, no creo que hubiésemos sobrevivido). Y yo había estado meando en la recepción y robando sellos.
Con esas, volvimos a Alexandrópolis, que en aquel momento nos pareció un pueblo absolutamente paradisíaco. Allí nos metimos nuestra primera cena de pan, jamón york y queso, y esperamos para coger el tren, que se retrasó sólo una hora y media.
Pero daba igual, por fin estábamos en el tren que nos llevaba a Estambul. Y teníamos camas. ¡Íbamos a poder dormir tumbados y tranquilos! O eso creíamos…
En el trayecto, que duraba unas 7 horas, nos despertaron 5 veces: para pedirnos los billetes, para pedirnos los pasaportes en la frontera griega, para pedírnoslos en la frontera turca (con bajada del tren en pijama incluida para hacernos pagar 10 pavos por el visado), para devolvernos los pasaportes, y finalmente para avisarnos de que estábamos llegando a Estambul. Hemos desarrollado la teoría de que cada país selecciona a las personas más desagradables, bordes e hijas de puta para ponerlas en las fronteras y vendiendo billetes en las estaciones de tren.
¡Lo conseguimos! ¡Ya estamos en Estambul! Pero esto es sólo el principio. Un principio muy largo, así que creo que voy a dividir el viaje en varios episodios.

To be continued…

5 comentarios:

Alvaro dijo...

Dios, menudas movidas en las q os meteis macho, yo hubiera muerto a la primera espera de trenes eh!!

Jajajja, espero q te haya molado Estambul, a mi me flipó!

Adrian Dantley dijo...

Pato negro y caracapucha!!!! jajaja

Interesante apreciación la suya:

"Jorroña ke jorroña, efjaristó polí, tesera pita parakaló"

Se le notaba un tipo profundo y de buen habla,hasta yo entiendo esto!

Joder, menos mal que te has desecho ya de Sara, te la podias haber quedado algo más de tiempo por alli!!

Sara dijo...

Es que los perros de noche se vuelven asesinos!!!

Mario dijo...

Eso es un hecho.

Daniel M. dijo...

sobre todo los portugueses